Frente a este criterio o forma de
medir la pobreza ha existido otro enfoque igualmente clásico que apunta a la
posibilidad de adquirir una canasta de bienes y servicios que puedan asegurar
una vida digna de acuerdo a las convenciones y estándares de una sociedad
determinada. En este caso tenemos la así llamada pobreza relativa, que varía
con el desarrollo social que va determinando, en cada época y sociedad, aquel
mínimo de consumo bajo el cual más que ver amenazada la supervivencia se cae en
un estado de exclusión o imposibilidad de participar en la vida social. El
ejemplo clásico de esta forma de pobreza fue dado por Adam Smith en La riqueza
de las naciones al escribir: “Por mercancías necesarias entiendo no sólo las
indispensables para el sustento de la vida, sino todas aquellas cuya carencia
es, según las costumbres de un país, algo indecoroso entre las personas de
buena reputación, aun entre las de clase inferior.
En rigor, una camisa de lino
no es necesaria para vivir. Los griegos y los romanos vivieron de una manera
muy confortable a pesar de que no conocieron el lino. Pero en nuestros días, en
la mayor parte de Europa, un honrado jornalero se avergonzaría si tuviera que
presentarse en público sin una camisa de lino. Su falta denotaría ese
deshonroso grado de pobreza al que se presume que nadie podría caer sino a
causa de una conducta en extremo disipada.”
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